31 dic 2011

EL FINAL Y EL PRINCIPIO

Finaliza un año en el que he visto hechas realidad algunas de mis mayores ilusiones, en el que he podido disfrutar del amor de los míos, en el que he reído y llorado al lado de aquellos que me quieren, en el que he sentido rabia, admiración, impotencia y fuerza.
Finaliza un año, que como todos, encadena un nuevo periodo en el que volveremos a empezar contando los días que quedan para alcanzar una fecha, un evento, un propósito, un encuentro...El final es la muerte, y así lo siento sin poder evitarlo. El principio es el nacimiento, la esperanza, la vista puesta al horizonte en busca de nuevas aventuras. Y así lo siento también desde el mismo momento en el que como cada año, y a duras penas, sigo la pauta de las agujas del reloj que marcan que un nuevo periodo muere mientras otro nace y llega con fuerzas renovadas buscando su sitio en la espiral de la vida.
PepaFraile 2011

23 dic 2011

SOLO TIENES QUE PEDÍRMELO...

Ayer, volviendo de unas gestiones mientras corría calle arriba como una posesa en busca del coche para volver a casa iba pensando en cómo la vida gira a tu alrededor, y en cuantas veces nos convertimos en la ficha que da vueltas y vueltas en la ruleta de la suerte buscando el sitio donde pararse.
Con la mirada perdida y el pensamiento clavado entre la pena y la rabia giré la vista hacia una pila de libros que había en la callejunto a unos contenedores. Me sorprendió y me indignó un poco. ¿quién puede tirar los libros de esa manera?, pensé casi esquivándolos. Juro que me hubiera parado, pero llegaba tarde y mucho me temía que iba a encontrarme una linda multa en el coche. Solo pude leer uno de los títulos: "Sólo tienes que pedírmelo". Y pensé ¿por qué no?. Y pedí y pedí hasta llegar a mi casa.
Han pasado 13 días desde que recibí una noticia que me ha tenido herida todo este tiempo, preguntándome una y otra vez por qué. Después de más de siete años, la empresa decidió no renovarme el contrato. ¡Zasca!...como diría una de mis compañeras. ¿Las razones? Tan poco creibles y ensayadas frente a un espejo, cual protagonista de un cuento infantil, que me supieron igual que un trago de sal y limón ofrecido con un gesto de compasión mientras te giran la espalda.
Las cosas no salen siempre como queremos, y lo sé. Pero en muchas ocasiones, cuando crees que el mundo gira de pronto en contra tuya sin previo aviso, necesitas agarrarte a los brazos de quienes te ofrecen su cariño. Y durante estos días he tenido muchos brazos a los que agarrarme. Eso es una suerte. ¡Si señor!
Tengo mucha suerte en la vida. Disfruto cada día en los que la salud me permite trabajar y hacer muchas cosas que me gustan. Disfruto de mi familia, de sus logros, de mis "compamig@s", y de tantas cosas que solo nombrarlas llenarían un libro. Y para eso también tengo cuerda. Quiero que todo el mundo sepa que he compartido muchos años con el mejor equipo de trabajo que he conocido hasta ahora. Y lo suscribo, como diría...
Hace 12 días, los mismos, inicié un proceso de selección para trabajar haciendo lo mismo que he hecho hasta hoy en otra empresa: asesorar personas que quieren iniciar su aventura como empresarios.
Hoy, el día en el que me he despedido de mis compañer@s, los que me han demostrado que todavía hay mucho en lo que creer y que hay muchas cosas que merecen la pena...me han dado una notica. ¡Qué fuerte! Fortísimo. Un notición. ¡Vuelvo a tener trabajo! Y empiezo el día después de quedarme sin el anterior. Esto sí es un auténtico premio gordo...pero de los buenos.
Si tuviera que definirme, cosa que es dificilísimo, no porque yo sea rara, sino porque uno no pone la distancia necesaria para verse la mayoría de las veces, diría que soy una persona imperfecta, como todas las que he conocido hasta el momento, pero trabajadora, entusiasta y una buena corredora de fondo. Quien quiera suscribir, disentir o añadir algo al respecto tiene todas las letras del alfabeto a su disposición...
Cuando sea capaz de digerir todos los sentimientos, las sensaciones, los desvelos, la fatiga, el llanto y la alegría que se han encontrado en mi cuerpo y y mi corazón en apenas dos semanas...arderá Troya. Pasados esos días respiraré hondo, miraré hacia adelante, pisaré firme, y lo daré todo...como me gusta hacer cuando apuesto por quienes han creído en mí.
En la vida lo mejor es sumar. Y en esta nueva etapa que comenzaré en unos días estoy completamente segura que seguiré sumando personas, proyectos, retos y satisfacciones.
El título de ese libro, con el que casi me tropiezo ayer, fue una más de las señales, presente, discreta, como tantas otras que a buen seguro dejamos pasar delante de nuestras narices sin darnos cuenta. Las otras, las señales que me han dado todos los ánimos del mundo en estos días y han volcado toda su energía deseándome lo mejor...tienen nombre y apellidos. Gracias chic@os. Lo sabeis: Os quiero mucho!
PepaFraile 2011

29 nov 2011

Conciencia Plena...difícil pero no imposible

Hoy más que otros días, mi conciencia plena está un poco lejos de mí. ¿Por qué? de la A a la Z podría enumerar varias razones que atenderían a la conclusión de que no nos concentramos en aquello que nos ayuda a dar los pasos adecuados cuando los estímulos de nuestro cerebro nos advierten, pero bueno...esto se puede mejorar. UYa se sabe...unos días mejores y otros menos mejores.
¡Chicas!, porque todo somos chicas en este taller. Estareis de acuerdo conmigo en que lo primero es lo primero, y lo demás viene después. Así que venga, aunque sea más fácil escribirlo que experimentarlo vamos allá...Sentarse, sentirse y soltarse. Este ha sido el comienzo de nuestra sesión de hoy, tremendamente bien llevada por esta compañera a la que habrá que darle las gracias una vez más. Y ahí os dejo algunas de mis impresiones, que aunque son completamente subjetivas, son las que yo me he llevado.
Somos algo así como cabezas pensantes (un@s más que otr@s) que reaccionan frente a los estímulos y a casi todo lo que nos pasa. Nuestro cerebro se convierte ante ellos en algo así como en un edificio de cuatro niveles, y en ellos colocamos las cosas de la siguiente manera, al menos es lo que nos ha explicado Pili.
En la planta baja detectamos física o emocionalmente lo que se puede palpar. ¿Quien no se ha caído alguna vez al suelo y por una milésima de segundo lo único que ha experimentado es el asfalto o la tierra pegaga a su cara o a sus piernas? por no nombrar otras partes del cuerpo. La primera planta nos permite clasificar si aquello que nos ha pasado por dentro o por fuera es bueno o malo. ¡Ahhhh! A modo de ejemplo, es como si pensáramos: "Ehh..esto...¿qué me ha pasado?, ostia, que me he pegado una leche..." La segunda planta es la que nos deja valorar la situación: ¿me habré hecho daño?. Actuamos chequeando la situación antes o casi en el mismo instante en el que la cosa ha sucedido. La tercera planta está allí donde nuestro cerebro nos dice que el futuro inmediato es el de levantarnos para comprobar que todo sigue en su sitio y que no ha pasado nada grave, mientras una vocecilla interior, que campa libre dentro de alguna parte del cerebro y comparte piso con el del tercero, nos habla sin cesar, lanzando frases del tipo..."madre mía, que no me haya visto nadie, qué ridículo más espantoso, habrase visto que torpe..." y cosas por el estilo mientras nos giramos para comprobar si estamos solos.
Esa voz parlante nos traiciona de tal manera que en muchas ocasiones, más de las que convendría, nuestros pensamientos van de la planta baja a la última sin pasar por las demás. Mindfulness se convierte en un ascensor que nos permite, si le dejamos subir y digerir, planta por planta, aquello que nos ocurre y de lo que debemos ser conscientes, concentrándonos en cada paso sin saltarnos ninguno de ellos.
Pili, dificilísimo....De momento empecemos por sentarnos, sentirnos y soltarnos.
Gracias por regalarnos un ratito de tu tiempo y compartirlo con nosotras.
Ha estado muy bien...y casi me duermo.
PepaFraile 2011

22 nov 2011

Conciencia Plena - Mindfullness...

Tengo la suerte de trabajar, de tener un trabajo que me gusta, y de estar rodeada del mejor equipo de trabajo que nunca he tenido. El mérito del respeto, el trabajo en común, las risas y la complicidad hasta en los peores momentos son hechos que nos acompañan en el día a día, hasta aquellos en los que la mayoría de nosotras tenemos los pelos de punta, que también los hay. Habrá otros equipos mejores...o no...pero yo todavía no los he conocido. Lo pienso y lo digo siempre que tengo ocasión.
Hoy, he participado en la primera sesión de un taller que una de mis compañeras de trabajo nos ha regalado, fruto de su formación y su experiencia. Mindfullness. ¿Y qué es eso? Pues bien...tratando de recoger algunas ideas que con mucho acierto han sido expuestas, voy a tratar de explicar mis sensaciones.
Tomar conscienca plena.
Vivimos en un mundo con prisas por llegar a todas partes, con ansia y con estrés, acostumbrados la mayoría de las veces a saltarnos los detalles, porque nos parecen innecesarios. El ser humano se mueve a través de sus pensamientos y éstos se pueden traducir en tres formas de reacción: el ataque, la huída y el bloqueo. ¿Quién puede decir que no los ha usado juntos o separados en alguna ocasión?
El menú que nos muestra nuestra mente, en forma de imagen o pensamiento desde que somos conscientes de todo aquello que nos rodea, que sentimos, que percibimos y que nos pasa, nos da también la capacidad de tomar consciencia de cada uno de esos elementos y concentrarnos en ellos uno por uno, saboreándolos. Pues bien, para muchos esa es una tarea difícil en un entorno en el que estamos más que acostumbrados y programados a interpretar que por encima de racionalizar, priorizar, concentrarse y disfrutar de nuestros actos y de nuestras sensaciones, hay que actuar y resolver. Sin tener en cuenta las consecuencias que muchas veces acaban teniendo esas actuaciones sin reflexión: El estrés.
El Estrés, para cada persona, se puede identificar con cosas distintas, aunque al final el resultado es el mismo: traspasa lo etéreo y se materializa dirigiéndose a nuestro cuerpo. El estrés nos ataca y se manifiesta. También es más fácil identificarlo que corregirlo, dadas las circunstancias que vivimo, hasta sin darnos cuenta, pero este taller nos va a enseñar a mejorar algunas cosas. Estoy segura.
Tomar conscienca plena de nuestro propio cuerpo, de aquello que escuchamos, que tocamos, que sentimos, que olemos y que comemos.
Aunque pueda parecer una nimiedad y, todo hay que decirlo, con la coña correspondiente de todas las asistentes al taller, nunca antes de hoy había tenido tanto tiempo una baya tibetana en mis manos, ni la había olido tanto, ni la había mirado tan fijamente, ni había tardado tanto tiempo en comérmela cuando me la he echado a la boca. Un verdadero ejercicio de paciencia en el que hemos tomado consciencia de cuántas cosas pasamos por alto en nuestras vidas y de cuantos pasos nos saltamos sin ser conscientes de ello.
Pili, eres una excelente compañera y mejor persona. Eso te hace más grande, aunque ya sabes que hay otras que te ganamos en estatura, a lo alto y a lo ancho.
Creo que lo puedo decir en nombre de todas las que hoy hemos disfrutado de este rato contigo. ¡GRACIAS!
PepaFraile 2011

19 nov 2011

Sin más...

Ramas rotas
Corro a través de mis recuerdos
en busca de algo que me sujete a tí.
Respiro, me paro, abro los ojos
y te veo ahí.
Dulce sonrisa sin acabar, rostro inexperto,
y en tu mano,
un puñal de azúcar que se clava dulcemente en mí.
El tiempo no se acaba y tu imagen se desvanece una vez más
evaporando con ella mis anhelos.
La persigo.
Mil veces, un millón, el infinito, hasta siempre.
Trato de ahuyentar la niebla que espesa mis sentidos
que nubla mi razón hasta el ahogo.
Una y otra vez trato de escucharte inutilmente.
Tus razones sin razón se lanzan contra mí sin contención
y entonces,
vuelvo atrás buscando tu inocencia, tu sonrisa, tus abrazos.
Mis ramas
tantos años sostenidas en el aire esperándote
sobreviven desgastadas.
En ellas brotan nuevas hojas que gritan un te quiero mudo,
capaces de albergar todos los años,
los vividos, los recordados y los que quedan por venir.

PepaFraile 2011

8 nov 2011

HIJA...ME GUSTAS MUCHO. Y TU A MÍ TAMBIÉN.

No voy a reproducir la breve conversación que hoy he mantenido con una de mis hijas porque de lo contrario...me mataría, muerta de la muerte, pero tengo que decir que me ha encantado.
Lo cierto es que convivir con adolescentes, para aquellos que lo saben, es la cosa más difícil que me he echado a la cara desde que tengo uso de razón. Cualquier tiempo pasado fue mejor, os lo aseguro.
Desde hace algunos años vivo en la permanente confianza de que las cosas, cuando no van bien, siempre pueden ir mejor, y eso me levanta el ánimo muchos días en los que la cabeza me da vueltas hasta el infinito y más allá...Una que por suerte es optimista muchos días. Los adolescentes son una fuente de energía inagotable y sorprendente. Eso sí, no volvería a la adolescencia ni por todo el oro del mundo...bueno sí... puntualmente si con ello volviera a ver en el espejo una cara ausente de arruguillas(siendo condescendiente conmigo misma) y un cabello ausente de canas...y alguna otra cosa que no viene al caso,pero claro, todo un tiene un precio...y la edad, como escuché un día por ahí es un trofeo que uno le gana a la vida cada día que se levanta, respira, se ríe, vive y convive.
El caso es que los adolescentes te enseñan mucho. Mucho más de lo que ni ellos mismos saben que te están mostrando con sus palabras, con sus silencios y con sus actos. Muchos días, casi todos, lo cotidiano se llena de ejercicios de equilibrio, las prisas se llenan de nervios, las preocupaciones se alimentan de intuiciones que una no querría tener por eso de pertenecer al género femenino. En ocasiones, los pasillos se llenan de gritos y, por suerte, las recompensas se llenan de sonrisas silenciosas y sonoras...en fin, el día a día.
En esa época de la vida en la que los padres acabamos siendo casi siempre el enemigo, en la que luchar contra dragones para convertirse a toda costa en los héroes que algún día fuimos es una constante y en la que parecemos el banco de españa, cuando una corta pero produnda conversación finaliza con las frases: - Hija, me gustas mucho. - Mamá, tú a mí también, la sonrisa aparece en tu cara como si te hubiera tocado la lotería, una lotería del corazón que no tiene más palabras. Solo una honda respiración de orgullo pensando...esa es mi niña.

PepaFraile 2011

15 oct 2011

Quien será...blogger, hotmail, google...y yo

Llevo peleándome con las nuevas tecnologías mucho más tiempo del que dispongo. No lo entiendo, y cuando no lo entiendo me obstino en pensar que son ellas, las tecnologías, las que se ponen en mi contra.

18 sept 2011

Recuerdos

Me quedé con ella aunque cuando la vi por primera vez pensé que era la más fea, pero se había acercado a mí, despacito, oliendo y mordiendo torpemente los cordones de mis zapatos. Y no pude resistirme. Una bolita, peluda, de pelo negro, que corría por la casa resbalándose en cada esquina, mirándote con unos ojos redondos, del color de las avellanas, que querían decirte algo que no lograba entender mientras su rabito trataba de darte alguna pista. Apenas sin dientes, mordisqueaba la comida intentando deshacerla dentro de su boca. Fue la primera responsabilidad que asumí a mi joven edad adulta en la que a duras penas trataba de situarme. La carrera, el trabajo, la convivencia, las novedades que una nueva vida en pareja me regalaba…y entonces ella.
Fue el primer ser vivo a mi cargo. Apenas tenía un mes y durante algunas noches durmió a nuestro lado, en nuestro dormitorio, acurrucada en su cesta repleta de juguetes. El contacto con mi mano la tranquilizaba. Algunas noches me despertaba sintiendo sus pequeños lametones y aquellos mordisquillos que me hacían cosquillas. Aprendió rápido las normas de casa, aunque eso no evitó que en más de una vez, y en más de dos, encontrara algún pequeño desastre a la vuelta del trabajo. Lo último que recuerdo fue lo ricos que le debieron saber los tacones de mis zapatos de boda. Aquellos zapatos que con tanta estima guardaba, recordando el orgullo de haber logrado llevarlos puestos todo el día. Eran preciosos, hasta que ella se los comió. Pero era un cachorro.
A lo largo de los años nos regalamos muchos momentos de felicidad, de complicidad y de risas. Nos acompañó en nuestros viajes, allí donde fuéramos. Fue el perro más viajero que conozco. Me gustaría que la hubierais visto saltar. Era como si sus patas estuvieran preparadas para la carrera más difícil de salto de obstáculos. Nos entendíamos a la perfección aunque durante muchos años compitiéramos por ocupar el mejor sitio en el sofá. Y el mejor era el suyo, que se había ganado a pulso llegando la primera, colocándose de un salto limpio y certero delante del televisor mientras te miraba con cara de vencedora.
Sus ladridos y nuestras palabras seguían la secuencia lógica de cualquier conversación entre dos seres vivos que se entienden. Seguro que muchos de vosotros sabréis de lo que estoy hablando. Ella también opinaba, aunque sabía perfectamente cual era su lugar.
Una mirada, un gesto, el sonido de su correa, recuerdo tantas cosas... Su cariño incondicional, su lealtad, su presencia, su alegría, su hocico húmedo bajo mi brazo, empujando suavecito para darme ánimos en un mal día, su mirada retándonos a quitarle su juguete, su cara escondida entre las patas cuando se enfadaba…
Llegaron los niños, los nuestros y los suyos. Ella compartió con los nuevos miembros de la familia, mis hijas, muchos días, de muchas semanas, de muchos meses y de muchos años. Con ellas, tuvo la paciencia necesaria que el mejor amigo debe tener. Las protegió y veló sus cunas como quien guarda el tesoro más preciado.
Con mucha pena, regalamos sus cachorros amigos y conocidos. Todos menos uno: su hija. Con ella compartimos también muchos años en los que logramos ser dos familias en una. Madre e hija formaron un equipo en el que intercambiaron, incansablemente, lametones, juegos, disputas y una nueva vivienda en la que dormían acurrucadas todas las noches.
Llegamos a la edad adulta, asumiendo que los años no pasan en balde. Las canas entre vetadas de su pelaje, sus ojitos de avellana velados por la vejez, su sordera galopante y su caminar cansino eran la señal de que la vida iba pasando también para ella, aunque su rabo continuara dando muestras de alegría todavía en muchos momentos.
Siempre le agradeceré los diecisiete años que nos regaló, y el día que tuve que tomar una de las decisiones más tristes de mi vida, lo hice convencida de que había tenido la mejor vida de perro que un can puede esperar, aunque las lágrimas siempre llenarán mis ojos recordando aquel momento en el que la acompañé hasta el fin, acariciándola, mirándola a la cara, deseándole con toda mi alma lo mejor en su último viaje. No sé si habrá un más allá para ellos, pero si lo hay ella estará allí, con su hija, Tona, saltando entre las hierbas, esperando que alguien le tire su juguete para ir a recogerlo y traerlo nuevamente.
Tuca, te llevo en mi recuerdo y en mi corazón. Nos quisimos mucho y te echo de menos. Fuiste el mejor perro del mundo.

 PepaFraile 2011

5 jun 2011

La ficción puede superar la realidad

Aquí podéis leer mi primera colaboración en la revista digital CALAMÉO. Ha sido un placer que contaran conmigo. Espero que os guste la revista y mi relato. Abrazos.

http://es.calameo.com/read/0003801484caf2b04331c
La ficción puede superar la realidad

Se dirigió a una de las estanterías de su habitación y tomó un libro al azar entre sus manos…por tenerlas ocupadas de alguna manera. Lo abrió pasando las páginas para darse aire. Un best seller convertido en abanico. , pensó mientras observaba el paso de las páginas a toda velocidad. Lo dejó tirado sobre la cama. Estaba aburrida como una ostra. Llevaba todo el día en pijama deambulando por la casa sin saber hacia dónde mirar. Estaba sola. Se había recogido el pelo con una pinza y se había mirado en el espejo en varias ocasiones ensayando su mejor sonrisa. Tenía unos dientes bonitos, blancos y perfectamente alineados. Fruto de una correcta y prolongada ortodoncia que debía haber costado una buena pasta, pero para eso estaban los padres ¿no? , se dijo.
Era hija única. Tenía unos ojos de color miel que traspasaban y una mirada seductora de la que siempre sacaba su mejor partido. Lo sabía, y sabía cómo y cuándo utilizarla. Parecía una muchacha alegre y jovial, pero sólo ella sabía que en realidad era una pose de la que ya estaba cansada. Había dado vida a su propio personaje, y lo representaba cada día. Por dentro se sentía vacía de sentido y cada vez soportaba una carga mayor que no sabía como desprender de sus espaldas. La historia que había instrumentado casi a la perfección la seguía a todas partes. Por un momento pensó si no había llegado demasiado lejos con todo aquello. Le gustaba llamar la atención, siempre le había gustado. Necesitaba sentirse el centro de las miradas y hasta el momento lo había logrado casi todas las veces que se lo había propuesto.
Miró su móvil una vez más. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Llevaba varios días sin saber nada de sus amigas. , dijo en voz alta, mientras se le saltaban algunas lágrimas. Las había llamado a todas y ninguna podía quedar. Parecía que se habían puesto de acuerdo. Estaba conectada a Internet como siempre, pero no había nadie con quien poder conversar. Nadie a quien poderle hablar de aquello…una vez más.

Durante los últimos meses la noticia se había extendido no sólo a su círculo de amigos y amigas, sino a las familias de éstos que se preguntaban, en las ocasiones en las que coincidían, cómo era posible que ni la policía ni sus propios padres no hubieran tomado cartas en el asunto para zanjar aquella pesadilla Era indignante. Según algunas opiniones, todo aquello tenía algo turbio, algo que no encajaba, algo que no parecía lógico, teniendo en cuenta que ni ella misma había visto la cara de su supuesto agresor, a pesar de haberlo tenido a pocos centímetros de distancia en algunas ocasiones.
Aquel miedo había ido invadiendo a sus propias amigas, que al principio de lo que para ellas mismas, más que para Carola, era una auténtica pesadilla en la que no querrían verse, insistían en acompañarla a su casa, pasada la media noche cuando ella les decía que no pasaba nada, que no tenía miedo, que se iba sola. La llamaban cada pocos minutos para asegurarse de que seguía bien. Con el tiempo se habían acostumbrado a su historia y éstas habían sido oyentes pasivas y comprensivas en lo que ya consideraban que pasaba demasiado a menudo. Carola llegaba sonriente y llena de energía, como era ella con su grupo, dando el parte con todo lujo de detalles.
- Hoy me ha llamado un montón de veces. Dice que sabe quienes somos todas, lo que llevamos puesto, cómo nos llamamos, dónde y con quien vamos. Dice que si no me puede dar la sorpresa que me tiene preparada, se la dará a alguna de vosotras. Que ya queda poco.
- ¿Poco para qué?
- Para que le conozca.
- ¿Y no podrías cambiar de número de móvil de una vez por todas?
- No, porque necesitan tener el registro de las llamadas. Además, no hay pruebas porque llama desde números ocultos.
- ¿Hasta cuándo tendrás que aguantar esto? ¿Hasta que un día te de un susto de verdad?
- No sé, contestaba ella encogiéndose de hombros mientras echaba mano a su bolso. – Un amigo me ha traído esto, decía mientras sacaba un spray.
Las miradas soslayadas se cruzaban entre el grupo. Los chicos no le hacían ningún caso. Eran diferentes. Ellas la escuchaban prestándole la atención necesaria. Parecía que se habían acostumbrado a aquellas escenas, que ya se repetían como algo habitual. Carola sonreía y se ponía a hablar de otra cosa, dando por zanjada la cuestión como si no le importara. Ya había causado el efecto deseado. Todos pensarían en ella durante unos minutos, mientras ella se sentía satisfecha por ser la protagonista…una vez más.

Apagó su ordenador y miró el reloj. Las seis y media de la tarde. Apenas había comido nada pero no tenía hambre. , pensó mientras se dirigía a la ducha. Dejó correr el grifo hasta que el agua empezó a salir caliente. Fue a buscar la radio y la puso en su emisora favorita. Se desnudó ante el espejo y observó su cuerpo durante unos segundos. Era un cuerpo joven y bonito, aunque a ella no le gustara demasiado. Se sonrió haciendo un guiño. El agua caía sobre su cara mientras se deshacía la coleta. La ducha era uno de los momentos más placenteros para ella. El agua que recorría su cabeza y su cuerpo la ayudaban a relajarse lo suficiente para seguir adelante. Lo necesitaba. La tensión contenida caía junto con el jabón y desaparecía por el desagüe. Pero solo por unas horas. Sus puestas en escenas diarias alimentaban la tensión con la que vivía desde hacía unos meses.
Llamaron al timbre y Carola no escuchó nada la primera vez. Salió de la ducha y se envolvió en una gran toalla. Buscó otra más pequeña para secarse un poco la cabeza. Le pareció oír el sonido del timbre y se quedó esperando escuchar el sonido de unas llaves. Normalmente su madre se las dejaba en casa o las tenía tan ocultas en su bolso que terminaba dándose por vencida. Se acercó a la puerta sonriendo preparada para abrir. Afinó el oído y solo pudo escuchar un ligero jadeo que traspasaba la puerta. Se quedó parada con la mano puesta en el pomo. De nuevo sonó el timbre y Carola dio un respingo. Se le erizaron los pelos de la nuca. No se atrevía a moverse. De su garganta salió un hilo de voz.
- ¿Mamá? ¿eres tú? Contéstame.
Nadie contestaba al otro lado.
- Si no me dices que eres tú no te abriré.
El silencio era toda la respuesta. Aquella respiración cada vez más intensa, la dejó paralizada. El frío se estaba apoderando de todo su cuerpo. No podía gritar ni moverse en busca de su bolso para coger el móvil y pedir ayuda. De pronto, la puerta se movió delante de ella aporreada por fuertes golpes que provenían del otro lado. Carola se sintió presa del pánico.
- ¡Quién eres! ¡Déjame en paz! ¡No existes! Noooo!, gritó Carola en un arranque de histeria.
Su móvil empezó a sonar y su sonido la hizo reaccionar. Sujetó la toalla que envolvía su cuerpo y se dirigió al aparato dando grandes zancadas por el pasillo que casi la hacen caer. Lo abrió con desesperación esperando que fuera alguna de sus amigas.
- Ábreme la puerta, se oyó al otro lado del aparato. Te estoy esperando…no me moveré de aquí hasta que me abras, dijo una voz rota, de hombre, que penetraba a través de sus oídos. – Te espero. Tengo una sorpresa para ti. Áaaaabreme, repitió la voz.
Carola sintió como sus sentidos se desvanecían y perdía toda la fuerza. De pronto todo se volvió oscuro. Cuando se despertó su madre la miraba con cara de asustada mientras le acercaba una taza de infusión hasta su nariz.
- Era él, era él, balbuceaba Carola intentando incorporarse.
Su madre la miró con los ojos llorosos y la abrazó.
- No pasa nada. Solo ha sido un desvanecimiento.
Carola miraba a su madre sin comprender cómo podía no creerla. Estaba segura de lo que había oído. Cogió su móvil para enseñarle la última llamada que había recibido. Era la de su madre avisándola de que llegaría más tarde de lo habitual.

 PepaFraile 2011

pepafraile@hotmail.com
http://mariajosefraile-pepafraile.blogspot.com

20 mar 2011

Pedazos de mi tiempo...

Estoy super ilusionada con la novela que estoy escribiendo.Si la llego a publicar, cosa que pretendo conseguir, será la bomba. Cada vez está más cerca de ver su fin...aunque ello me esté costando más tiempo del que querría, porque ya tengo otras historias en mi cabeza. Normalmente a las 11 de la noche estoy pal arrastre y como madrugo bastante, tengo que ir rascando pedacitos de tiempo en los que darle forma a este sueño en el que se ha convertido mi historia. Os dejo una pequeña muestra.

"...Llegó hasta la puerta, miró su reloj y comprobó que ya eran casi las seis de la tarde. Trató de respirar hondo, aunque no lo consiguió y se dispuso a presionar el timbre. Parecía que el corazón le iba a saltar por los aires aunque hizo lo imposible por poner una buena cara. Los segundos se le hacían eternos. Volvió a llamar. Se agarró a su bolso, apoyó la otra mano en la pared y afinó el oído a la espera de escuchar algún movimiento que le indicara que detrás de aquella puerta había alguien. Por fin escuchó al otro lado unos pasos que se aproximaban hasta ella lentos y pausados. De repente sintió unas ganas de llorar irrefrenables. Por un segundo pensó que se iba a caer redonda al suelo. Se abrió la puerta y al otro lado apareció la figura de un hombre mayor en zapatillas de andar por casa, con el pelo completamente blanco y unas entradas en su frente que mostraban el paso de los años. Algo encorvado, llevaba puestas unas diminutas gafas y un periódico en la mano. Se miraron y ninguno de los dos dijo nada. Los ojos de aquel hombre se hicieron más grandes al tiempo que abría la boca en un gesto de asombro. Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas al tiempo que su boca trató de esquivar el nudo en la garganta que sentía en aquel momento.
- ¿Papá?, acertó a decir sin más.
- ¿Elena? Contestó Miguel cayéndole el periódico de la mano.
Elena se aproximó a su padre, que no había podido moverse del sitio y se fundió en un abrazo con él que no necesitó más palabras. Él la apretó contra sí y lloraron desconsoladamente durante unos segundos en los que no se separaron ni un momento..."
Pepafraile 2011

13 feb 2011

El tren (relato)

EL TREN
©Pepa fraile
Año 2004

Aquella mañana de primavera mi madre debió levantarse escuchando de fondo el ruido de las golondrinas que, como cada año, empezaban a hacer sus nidos en el tragaluz de la escalera. Recuerdo aquel tiempo del año, el olor de aquella brisa suave que acompañaba a cerrar los ojos, respirar hondo mirando hacia el sol y inhalar los primeros olores del azahar.
"Las niñas", como se solía llamar a mis hermanas, todavía estaban dormidas, a excepción de Lucía, la pequeña, que intentaba deshacerse de las sábanas y salir de la cuna intuyendo que ya era de día y por tanto había llegado el momento del biberón. Dormíamos todas en la misma habitación. Me viene a la memoria aquel camastro en el que pasamos tantos años de nuestra infancia y en el que había que ponerse unas hacia arriba y otras hacia abajo para aprovechar bien el espacio. El colchón estaba relleno de paja y restos de trapo, salían bultos por todas partes y hasta picaba un poco en los meses de verano.
Mi hermana Adela, la mayor, se levantó de un respingo a preparar el biberón de Lucia. El agua ya estaba puesta, le añadió unos cacitos de leche en polvo, yo creo que a ojo. Lo agitó tan deprisa que salió despedido por la puerta, rodó hacia la baranda y cayó por el hueco de la escalera. Mi hermana y yo mirábamos descompuestas su trayectoria como si quisiéramos, con la fuerza de nuestros ojos, pararlo en seco, pero cayó. Suerte que no se rompió porque ya le había pasado en otra ocasión y mi madre le había dado una paliza de mil demonios. En casa éramos muy pobres y hasta que se pudo comprar otro pasaron muchas semanas. Mientras tanto, Lucía tomaba su leche en un vaso y a pequeños sorbos. Recuerdo que comía muy poco y aquella operación parecía interminable. Siempre acababa alguna de nosotras de darle los últimos lengüetazos al vaso, paladeando aquel resto de leche que nos parecía exquisita.
A mí me acababan de proponer irme a trabajar con una familia muy rica del pueblo que querían ir a pasar toda la primavera y parte del verano en un caserío de la capital, pero yo no quería dejar ni mi casa ni los míos. Prefería pasar un poco más de hambre. Ya había experimentado lo que era estar una noche fuera de casa y la idea de repetir la experiencia me ponía los pelos de punta. En el fondo, lo peor era dejar de ver a mi padre y a mi madre, porque en lo que se refería a tener el estómago lleno nada era comparable a estar sirviendo. Cuando servíamos siempre nos engordábamos.
Pensando en aquella oferta que acababa de rechazar y con los ojos pegados de sueño todavía, me dirigí a la habitación de matrimonio, cuando de pronto vi que sólo había un bulto debajo de las sábanas de la cama.
- Padre, Lucía está llorando porque quiere su biberón de la mañana y Adela se lo ha preparado. Pero, ¿dónde está madre?
- Se fue esta mañana temprano. Le han ofrecido trabajo por unos días en Cartagena y ha pensado que no nos irían mal esas perrillas.
- Pero, ¿Cartagena? ¿dónde está Cartagena? ¿acaso se ha ido andando? ¿se ha llevado la maleta con alguna de su ropa? ¿ha dejado dicha alguna dirección? ¡qué hacemos ahora, padre!
- ¡No lo sé niña! Ya sabes que tu madre gana un dinero que buena falta nos hace en casa. Yo estoy viejo y no puedo hacer carrera de ella, ni de vosotras tampoco.
Por un momento se quedó callado, sentado todavía en la cama y mirando hacia el suelo.
- Yo tan mayor, ella tan joven y vosotras tan pequeñas... anda, no te preocupes.
Yo no acababa de entender tanta reflexión y aquel gesto de su cabeza yendo de derecha a izquierda como queriendo decir que no. Que no a qué? Pensaba yo.
- Pero... ¿cómo sabremos los días que estará fuera? ¿se ha parado usted a pensar que no sabemos dónde avisarla si pasa alguna cosa?
- ¿No te he dicho, puñetera niña, que sólo se ha ido por unos días? Anda y déjame que voy a vestirme y ahora bajo.
Recuerdo aquel día como si fuera hoy mismo. Es más, mejor que si fuera hoy mismo porque ahora, con el paso de los años, he podido entender el vacío, la necesidad que hemos tenido todas, sin saberlo, sin hablarlo entre nosotras, de mi madre.
Siempre tan alegre, tan responsable para su trabajo y tan irreverente con su propio destino, que la obligó a trabajar desde niña todo el día sin importarle, cuando llegaba a casa, si habíamos comido o no, pero que la mantenía viva por encima de todo, y de todos.
Ahí estaba, manejando la situación cuando llegaba y dejando una casa deshecha cuando salía dando un portazo. Arrasadora.

Pasaron aquellos días de los que habló padre y madre no regresaba.
En casa las cosas iban de mal en peor. En los armarios no había comida, la ropa se lavaba de cualquier manera porque todas éramos pequeñas y teníamos poca traza.
Padre llegaba cabizbajo todos los días del molino, sin atreverse a mirarnos de frente ni a comentar nada con nosotras acerca de lo ocurrido. Nunca fue un hombre muy expresivo y, por supuesto, nunca llegó a tener con ninguna de nosotras ninguna conversación más allá de las cosas superficiales. Éramos niñas y además mujeres. Pero la manera en que arrastraba sus pies y encorvaba la espalda delataban que seguía sin tener noticias de ella.
Nadie en el pueblo sabia que madre se había ido, a excepción de Ana, la modista, que lo supo por boca de mi hermana Adela, que iba algunos ratos por las tardes a su casa para ayudarla a cortar prendas de encargo.
De ese modo, gracias a la poca discreción que mantuvo la modista, se empezó a correr la voz de que Maria Luisa se había ido de casa.

Habían pasado ya varias semanas y madre no daba señales de vida. La cocina, el patio, las habitaciones, todo parecía abandonado. Cada una de nosotras hacia lo que intuitivamente se nos ocurría, sin que nadie dirigiera nuestras vidas. Padre se fiaba de nosotras, o eso o que no se veía capaz de lidiar con tanta niña suelta por la casa.
Fue entonces, ante tanto desorden y desconcierto, cuando decidí, a mis ocho años, que iría yo misma a buscarla.
Habíamos recogido los platos sucios y los habíamos apilado en la fregadera. Lucía dormía y Adela no tenía que ir hasta más tarde a casa de la modista.
No sabía por dónde empezar pero me puse el vestido que Adela me había hecho para la feria y me dirigí a la estación del tren. La verdad es que no estaba muy lejos del pueblo, quizá a una hora escasa andando, y, aunque había pasado junto a las vías en alguna ocasión en que había intentado trabajar unos jornales en la fábrica de harina, diciéndole al encargado que ya tenia doce años, nunca había sentido la necesidad de acercarme tanto como en aquel momento.
No sé, quizás por miedo a que, entre la multitud, me viera arrastrada y obligada a entrar en algún vagón y emprendiera un viaje sin retorno. Sabia que no me gustaba viajar, a pesar de no haberlo hecho nunca. Las historias que a veces se escuchaban en el pueblo acerca de "aquellos" hombres de negro que chupaban la sangre y que, según algunos vecinos, llegaban en el tren donde les esperaba un coche negro, como sus trajes, y desaparecían en busca de personas que encontraban solitarias por los caminos, me daban escalofríos.
Pero aquel día me armé de valor e, incluso con el peligro de encontrarme con aquellos hombres, me dirigí a buscar a mi madre.
El viaje fue duro, me temblaban desde las piernas hasta las mandíbulas, no estaba segura de la hora de llegada del tren y mientras caminaba recordaba que habían hablado de las cinco y media, era algo pronto, más bien no sabia qué hora era y cuando me vine a dar cuenta allí estaba yo, en medio de una estación en la que no se veía a nadie, en la que no me arrastraba ninguna multitud, como yo había imaginado siempre, y en la que apenas se distinguían unas letras de palo que colgaban de unas cadenas algo oxidadas. Aquel cartel decía "Estación de S.n B.o..." pero sólo lo creo porque a pesar de haberme subido en el banco que había justo debajo y haber empinado el cuello todo lo que daba de sí, la pintura había saltado de una buena parte de las letras y nadie se había preocupado de volverlas a pintar.
Eso sí, me asomé a las vía y los raíles estaban limpios y brillantes. Allí vi a un muchacho que llevaba un pequeño saco en el que iba metiendo los restos de palitos que podían entorpecer el paso del tren.
Estuve a punto de gritarle que se quitara de en medio porque a mí me tenían dicho que el tren "chupaba" a la gente. Pero aquel muchacho debía tener mucha práctica porque cuando me vine a dar cuenta ya había saltado al andén y se dirigía, silbando y con cara de contento, con su saco a las espaldas, a la salida de la estación.
Justo en ese momento escuché en la lejanía un silbato que parecía acercarse por momentos hacia mí. El guarda salió de una caseta situada detrás del cartel que yo había intentado leer con tanta dificultad y sacó de debajo del brazo una banderita de color rojo que se dispuso a agitar ante la llegada inminente del tren. No supe lo que querían decir aquellos gestos, pero no le quitaba ojo de encima.
Al ver el tren sentí escalofríos por todo mi cuerpo. Empezó a bajar gente que miraba hacia un lado y hacia otro, en busca de caras conocidas. No dejaba de pensar en el gesto de sorpresa y de alegría al mismo tiempo que iba a poner mi madre cuando me viera allí, plantada en la estación.
Pensaba primero en abrazarla con todas mis fuerzas y luego ayudarla, si es que llevaba bultos, y después explicarle todas las penurias que habíamos estado pasando en casa, y que ella me contara por qué no nos había avisado que se marchaba con aquellos señores y cómo era que no había dejado ninguna dirección ni referencia por si queríamos saber de ella y de qué manera el vecindario había empezado a hablar bajito cuando padre o una de nosotras pasábamos cerca de alguna de aquellas urracas y, finalmente cuánto se habían equivocado todos.
Pero mis ojos se hacían cada vez más grandes, más redondos, más abiertos en busca de reconocer en alguna de aquellas caras que veía bajar del tren la de mi madre. Y ese momento no llegó.
Mi madre no estaba allí, no había llegado en aquel tren que tan bonito me pareció cuando lo vi por primera vez, parado, esperando que todos los pasajeros tomaran su equipaje para emprender de nuevo la marcha.
Me quedé inmóvil, petrificada viendo que se alejaba, tan cruel. Fue uno de los peores días de mi vida de niña.
Temblando, ya no recuerdo si de frío o de pena, me acerqué al guarda y le pregunté cuándo venia el próximo tren.
- Uno cada día, a la misma hora. Pero niña, ¿quién se te ha perdido a ti por aquí? Anda y vete a casa que empieza a hacer frío y tu madre te va a reñir.
Me lo quedé mirando, con los mismos ojos redondos y bien abiertos con los que había escudriñado a todos los que se habían bajado del tren y, de pronto, se me borró la imagen de aquel hombre. Al mismo tiempo que eché a llorar eché a correr, en dirección a mi casa, como las balas, eso sí, sabiendo que mi madre no podría reñirme porque no había llegado en aquel tren.
Así pasaron muchos días. Yo me acercaba a la estación, veía salir al guarda dando la señas de parada, percibiendo la alegría, la indiferencia, la prisa y la parsimonia de cada uno de los que subían o bajaban de los vagones y decepcionándome un poco más cada día que transcurría y ella no llegaba. Al mismo tiempo observaba con mucha curiosidad a aquel muchacho que limpiaba las vías, y que ya se había dado cuenta que tenia una espectadora. En una ocasión, cuando saltó al andén y me quise dar cuenta lo tenia en la espalda, mirándome con una medio sonrisa que me provocó un calor espantoso en la cara. Me giré tan deprisa como pude y clavé los ojos en el suelo como si me hubieran puesto un imán en el cogote.

No le había dicho nada a padre acerca de mis excursiones diarias. Lo cierto es que yo ya no podía más y un día en el que me pudo más la rabia que la tristeza, di un golpe seco en la mesa y dije:
- ¡A ver si será verdad lo que se oye por todo el vecindario!
- ¿Y qué es lo que se oye, puñetera niña?
- Pues que madre nos ha dejado. Que nos ha abandonado y que vaya Dios a saber si piensa volver. No se da usted cuenta, padre, que así no podemos estar mucho más tiempo?
- Habladurías. Ella volverá porque esta es su casa.
- No lo sé padre, pero yo quiero que vuelva ya, usted apenas puede trabajar, Adela se va cada día a coser y no trae dinero a casa, yo estoy al cuidado de la casa, de usted y de Lucía, que por si no se acuerda lleva tres días con fiebre y ya no sé cómo bajársela. No tenemos mucha comida, como no sea que nos vayamos al campo y empecemos a comernos la fruta aunque sea verde, y tampoco tenemos dinero para pagarle a Don Luis para que vuelva a visitar a Lucía.
- ¿La última vez le pagamos la visita?
- No padre, le dijimos que estábamos esperando la llegada de madre de un momento a otro y que en cuanto viniera, le iríamos a pagar la visita y el jarabe. Pero de eso hace ya casi dos meses ¡y madre sin aparecer!

Mi padre siempre confió en mi madre. No entiendo muy bien por qué pero sus ojos, algo tristes siempre y cansados desde que yo le había conocido, asentían cada vez que a ella se le venia a la cabeza alguna ocurrencia. Me imagino que la edad era el principal motivo. Nunca entendí como un hombre tan serio, tan culto y tan discreto se había casado con una mujer mucho más joven que él, casi analfabeta y a la que le preocupaban mucho más las ferias, los farolillos y los festejos que su propia familia.
- Quien quiera venir a preparar las diademas de flores para las muchachas de la feria que se vista que yo me voy.
- Pero madre, ¿no ve usted que está la comida al fuego, que padre está por llegar y que hay que asear a Lucía?
- Venga niña, que todo se andará. Volveré en cuando pueda.
Y así nos dejaba mi madre, la mitad de las veces, con la palabra en la boca y la puerta en las narices. Pero había que aceptarla tal y como era. No quedaba otro remedio y si padre lo consentía nosotras no íbamos a ser menos. Eso sí, un abrazo y un beso entre los ires y venires, que hasta levantaban el polvo de los azulejos del suelo al paso de aquellos zapatos viejos pero relucientes, no hubieran estado mal para calmar el ansia que teníamos todas de madre. Pero madre era distinta.
A pesar de eso, en aquellas semanas que faltaba de casa era tanta la falta de su presencia que su recuerdo, hablar de ella, pensar en ella se hacía más dulce, más atento, más generoso, más de todo.
Las golondrinas ya casi se disponían a emigrar nuevamente con sus polluelos, algunas frutas empezaban a madurar, yo seguía visitando la estación diariamente a pesar de que mis ojos ya no escudriñaban a los pasajeros con la misma curiosidad. A pesar de eso, no dejaba de pensar en el vuelco que me daría el corazón si de pronto, en uno de aquellas ventanas, apareciera mi madre con su cara fija en mí, sus ojos redonditos, su boca grande... pero nunca ocurría nada.
Como cada tarde, volví a casa, pensando cómo esquivar a aquellas vecinas que no por haber pasado más tiempo habían dejado de cuchichear a nuestro paso, y cómo le diría a padre que se me había hecho tarde. Qué podía explicar esta vez, que Ana me había tomado por modelo y me había estado probando el traje para el Rocío Chico de Agosto. Claro, que todavía faltaban más de dos meses para la romería y padre no se lo iba a creer.
Enfrascada en la búsqueda de una buena excusa torcí por la calle de la Salud y, muy leves, pero cada vez más cercanos, escuché una especie de gritos, gemidos, risas y llantos que parecían provenir de alguna casa cercana a la mía.
Me paré en seco, me llegó un escalofrío que me recorrió desde el último pelo de la cabeza hasta la punta de los pies. Cuando pude reaccionar y me froté los brazos en busca de un poco de consuelo, que habían quedado completamente erizados, puse toda mi capacidad auditiva en oír de dónde exactamente venia tanto jaleo cuando, de pronto, se rompió el silencio con una carcajada que me resultaba del todo familiar.
Seguí caminando, llegué al portal, la puerta de casa estaba entreabierta, empujé el portón y allí estaba ella, más sonriente, más gorda y con su risa inconfundible, ajena a tanta miseria como había dejado a sus espaldas el día que había cruzado la puerta en dirección a Cartagena.
¡Era mi madre!, Eran mis hermanas las que lloraban, era padre, que como en un arrebato de valentía estaba preguntándole dónde se había metido tanto tiempo.
Todas estaban abrazadas a ella y yo corrí también a sumarme al abrazo colectivo.
Entre sollozos, risas, apretujones supimos que había tardado más de lo previsto porque los señores, que parecían tan ricos, eran más miserables que las ratas y no le querían pagar. Ella les dijo que o le pagaban el mes acordado o de allí no se movía .
Y consiguió cobrar el mes acordado, pero a cambio de dos meses y medio de ausencia. Le pregunté por qué no había vuelto en tren, como era de esperar. Nos contó que unos parientes de la familia de los Valdemoro la habían traído hasta el pueblo, a cambio de estar casi todo el tiempo cantándoles y alegrándoles el camino. Y lo explicaba así, tan natural, como si nada, ni ningún tiempo hubiese transcurrido desde que decidió irse a trabajar. A nosotras no se nos caían las babas de milagro porque ninguna podíamos creer que mi madre ya estaba en casa.
Eran tiempos difíciles. Era mi madre. La queríamos a nuestra manera y por fin había vuelto con nosotros.
Ese fue uno de los días más felices de mi vida de niña, aunque no recibiera de ella los besos y abrazos que me había estado imaginando día tras día, durante el tiempo que faltó de casa.
Nunca nadie supo que me había pasado más de un mes yendo y viniendo a diario a la estación, que Jaime, el guarda, con el que ya me había familiarizado, me veía llegar, observaba mis gestos y desaparecía discretamente tras ver mi cara de frustración.
En casa todo siguió igual, aunque yo me había hecho más valiente y le temiera menos a los hombres que chupaban la sangre. Nunca me había cruzado con ninguno de ellos. Nunca volví a aquella estación a ver llegar el tren.

Hace tiempo encontré...

Me he presentado a un concurso de microrrelatos y ahí os dejo lo que se me ocurrió. Todos empiezan de la misma forma. Así que animaros y votar por el mio que se titula El libro olvidado.
"Hace tiempo encontré el libro olvidado que dormía cubierto de polvo en la estantería que tantas veces miré sin ver. Cayó sobre mis manos y apareció la historia que siempre quise contar. PepaFraile

4 feb 2011

El silencio de los que hablan

Es una entrada que publiqué hace tiempo y que he querido recordar.
Vivir en el silencio
Cuántas personas, de las que cada día nos cruzamos, viven, sonríen, trabajan, pasean, y hasta hablan...en silencio. Y no hablo de un silencio callado. hablo del silencio que se oye, del silencio que traspasa. Hablo del silencio que se siente.
Seguro que muchas de esas personas parecen, vamos a decir, normales. Seguro que muchas de esas personas se relacionan, muestran su cara más alegre, superan sus limitaciones, o al menos eso creen, y prosperan, se sienten vivas...o muertas en pequeños instantes en los que un impulso eléctrico de su cerebro les permite borrar de su cabeza todo lo que no quieren recordar. Personas que hablan y hablan, pero callan sin parar.
Callan...y pintan una y otra vez algunos episodios de sus vidas con pequeñas capas de barniz, que les ayuda a resbalar cuando se tragan las lágrimas. Callan y ahogan sus gritos de tristeza, de desesperación, mientras esconden su lado oscuro y lo reservan...
Mienten, sonrien y disimulan el dolor que les produce que los demás no las entiendan.
El silencio se convierte en su mejor aliado...y en su peor enemigo. Y viven como todo el mundo, ahí, mirando por sus ventanas, leyendo el libro de moda, tomando café, comprando, comiendo palomitas mientras ven una película en el cine...
Y sin querer de pronto un día se dan cuenta de que alguien ha oido su silencio, ha sentido su dolor...las miran y les sonríen.

7 ene 2011

El año empieza



Como todavía no he publicado ninguna entrada en este nuevo año ahí va. una de...
Ha empezado un nuevo año y así me quiero ver yo. Subida en la cima de mi propia vida, esperando, con los brazos en jarras, llegar a todas mis metas. Ya se acabaron los dias de encuentros, comidas, compras y estreses varios. Ahora toca respirar hondo, como a mí me gusta, tomar aire y mirar al frente. Trabajar, madrugar, organizar cada pedacito de tiempo libre que nos queda para usarlo en aquello que más nos guste y construir en nuestras cabezas el dia a día, con optimismo y con confianza, intentando esquivar y ayudar a aquellos que llevan la bombilla a medio encender por la vida, (a mi también se me funde un poco a veces), procurando dar esquinazo a aquellos que te quieren joder por rabiosos, abrazando a aquellos que quieren recibir tu cariño y en fin...siendo buenas personas que eso es lo que vale. E=(C+H)x A Fórmula que hay que aplicar en lo personal y en lo profesional. Lo que dice mi madre: no solo hay que ser bueno, también hay que parecerlo.
PepaFraile 2011

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