17 ene 2013


SONREIR AL DIABLO...

Lo único que ha tenido de bueno enfrentarme a una pequeña montaña de plancha esta tarde es que he podido desconectar las manos de mi cerebro y me he dedicado a pensar mientras le daba al asunto. Ah! y esta entrada, que es de aquellas en las que la palabra exacta es vomitar, en lo que a letras se refiere.
Planchar y pensar. Son dos cosas que se pueden hacer y que en mi caso, sin que sirva de precedente, me han permitido no cabrearme, como me pasa casi siempre que me pongo en esos menesteres. Odio planchar, aunque mi madre me enseñó estupendamente. Hay gente a la que le gusta. No lo entiendo y les admiro, por este orden.
Me ha venido al recuerdo una expresión que seguro todos hemos escuchado  más de una vez: Tener amigos hasta en el infierno, tratando de aislar sin demasiado éxito la connotación religiosa del asunto. Y me he encallado ahí, al tiempo que luchaba contra el delantero de botones que se resistían en una camisa que llevaba, seguro, unos cuantos días esperando su momento de gloria.
El caso es que la frase ha rondado en mi cabeza durante un buen rato, sin darme cuenta que había un por qué, una razón por la que he llegado hasta ahí en ese preciso instante. Estoy convencida que quien lo sabe es ese yo desdoblado que todos tenemos y al que ya he dicho algunas veces, no hacemos ni puñetero el caso. Y he llegado un poco más allá. Sé por qué lo he pensado, aunque no tengo la intención de desvelarlo. El delantero de la camisa ha quedado perfecto, y hasta algunos trapos de cocina han recobrado su dignidad. 
No me he quedado conforme y he llegado un poco más allá valorando que son dos conceptos, claro está, antagónicos. Amigo versus infierno. Y he concluido, mientras remataba la jugada poniendo una lavadora y una secadora al mismo tiempo. Un amigo es un amigo, hasta el infinito y más allá. El infierno es el infierno, sin más para no extenderme. Yo no quiero amigos en el infierno. Si es necesario, prefiero sonreirle al diablo puntualmente. 
Lo dice una a la que le gusta más el sol y el calor que a un niño una piruleta de fresa.
En fin, increíble lo que ha dado de sí un rato de plancha mientras un par de neuronas se explicaban en mi cabeza y a gritos los cotilleos del día.
PepaFraile 2013

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